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Ronin, disfruta de este relato basado en la saga Post-Cyberpunk.

Ronin




Una gota de sudor se deslizaba por su cara para perderse entre su incipiente barba.
<< Ya han pasado tres días –se dijo mientras encendía nervioso el último de sus cigarrillos- no me vas a ganar a paciencia, cabrón. >>
Su mirada se dirigió inconscientemente hacia el cuerpo que yacía a pocos metros de él. Con cierto desánimo observó el putrefacto cadáver del que fuera su compañero. Las moscas se habían dado prisa en apoderarse de su carne, compitiendo junto con otros insectos por el preciado alimento. El olor a descomposición invadía el ambiente amplificado por el sofocante calor del mediodía, forzándole a contener las nauseas. El impacto que atravesaba su cuello, allá donde se unían el blindaje con el casco, apuntaba que era obra de un profesional.


<< Estoy bien jodido>>
En un gesto meramente mecánico, volvió a revisar el cargador de su fusil y lo amartilló para asegurarse que no se atascaba. Tras el pequeño muro de ladrillos donde se encontraba se sentía seguro, pero sabía que tarde o temprano tendría que abandonarlo. El francotirador los había interceptado durante una misión de exploración por las tierras yermas. Salvo los viejos cascotes de cemento que aún se erguían como recuerdo de la ciudad, no existía ningún otro tipo de cobertura. Un buen tirador tardaba unos cuatro segundos en abatir un objetivo en movimiento y era más de lo que se podía permitir para alcanzar el siguiente punto seguro. En estos momentos sólo deseaba tener más paciencia que su atacante. Si conseguía obligarle a abandonar su posición, tendría una oportunidad.
Sacó de su bolsillo el pequeño espejo que usaba para espiar a su enemigo, asomándolo por un hueco entre los ladrillos. Todo parecía igual de tranquilo desde que se escuchara el mortal disparo.
<< ¿Dónde cojones estás? -En estos momentos echaba de menos los implantes de su compañero.- Con los sensores térmicos de sus ciber-ojos todo sería más fácil. Él era el rastreador. >> Induciéndole a pensar que el objetivo no había sido mera cuestión de suerte.
<< Estoy bien jodido >>
Vació las últimas gotas de agua de su cantimplora entre sus agrietados labios para humedecerlos. Aun así tenía la boca pastosa y la lengua parecía estorbarle en su interior. La comida no le duraría mucho más, sólo le quedaba un trozo de carne salada medio rancia. Dentro de poco tendría que arriesgarse o dejarse morir allí mismo.
<< Por lo menos que gaste munición>> se forzó a sonreír.
La oscuridad llegó con su habitual calma. El peso de las noches sin dormir, se acrecentaba sobre sus párpados a medida que pasaban las horas. Sólo el terrible olor a muerte que le inundaba el pecho junto con el incesante sonido de los insectos, le hacían mantenerse alerta.
<< ¿Cómo puedo escuchar esos malditos gusanos? –se preguntaba –debo de estar volviéndome loco. Si por lo menos tuviera un puto cigarrillo… >>
Oteó a su alrededor observando el cielo. Una ligera capa de nubes cubría la tenue luz de la luna. A poco más de cincuenta metros se encontraba un muro de hormigón de unos dos metros de altura y con la suficiente longitud como para cubrir su retirada. Sabía que si llegaba hasta él, podría avanzar en dirección opuesta a su agresor y perderse fácilmente entre los abundantes restos que se esparcían en esa dirección.
Volvió a sacar su espejo y escudriñó la zona por donde creía que se escondía. Ningún indicio le cercioró de su presencia. Todo seguía en absoluto silencio.
<< Tendrá que dormir, yo llevo tres días mal haciéndolo y estoy muerto. Él debe de estar igual. Seguro que se ha dormido… O quizás se cansó, se fue y estoy haciendo el tonto -Echó una ojeada a su reloj que marcaba las tres de la madrugada-. Sea como sea, esta es la hora. La hora del lobo >>
Se apresuró en guardar el espejo. Con mano ágil pero temblorosa, se soltó las cinchas del casco para colocarlo sobre el cañón de su fusil y despacio, lo asomó por un lado del muro para simular su estupidez.
<< Mírame…estoy aquí…>>
Contó hasta diez, pero nada ocurrió.
<< Este es mi momento, ahora o nunca>>
Con un golpe se empotró el casco a la vez que se incorporaba a una posición de cuclillas, listo para iniciar una carrera. El miedo le invadió recorriendo como un escalofrío todo su cuerpo. El sabor salado le llegó hasta sus labios mientras notaba las pequeñas gotas de sudor que resbalaban por sus facciones, goteando desde su barbilla y su nariz. Hinchó el pecho como preparándose para una inmersión y salió corriendo.
Uno… sus piernas se movían vertiginosamente, cortando el aire a su paso.
Dos… llevaba el fusil sujeto con ambas manos, preparado para lanzarse cuerpo a tierra en los últimos metros.
Tres… notaba el corazón palpitante por todas sus extremidades extenuado tanto por el esfuerzo como por la tensión del momento.
Cuatro… Como el rayo precede al trueno se escuchó el sonido de un disparo lejano y en las milésimas de segundo que su cerebro reaccionó, pensó – << Estoy bien jodido >>


El pulgar acarició la mira telescópica al cerrar el visor. El tiro había sido limpio y certero, directo a la cabeza del desafortunado explorador. La nube roja que salpicó las piedras le indicó que la bala lo atravesó de parte a parte ignorando el kevlar de su casco. La lona mimética que lo cubría se levantó lentamente esparciendo polvo y tierra al aire, a la vez que se incorporaba del socavón del terreno que le sirviera de trinchera. Pasó una mano frotando sus enrojecidos ojos azules, aprovechando para echarse hacia atrás la capucha que le envolvía el rostro. Una suave brisa meció su enmarañado cabello dorado, refrescándolo. Con movimientos torpes debido al entumecimiento de sus piernas por la prolongada postura, recogió la tela y recorrió los trescientos metros que lo separaban de su botín. Su figura delgada se camuflaba entre los pliegues de su capa, que además, protegía su pálida piel durante las horas de sol.
Al llegar junto a los dos cuerpos se detuvo un instante para inspeccionarlos visualmente. Los AK-47 tenían una buena salida en el mercado negro de Eurovegas gracias a su fiabilidad, pero casi le interesaba más ver el tipo de munición que cargaban.
-¡Mierda! -espetó al comprobar que se trataba de fabricación casera. - Bueno, vamos a ver que tenemos por aquí. Espero que por lo menos me paguen las dos balas que me han costado- . Se volvió en dirección del cadáver putrefacto y sacando su machete se dispuso a averiguar cuanto ganaría en implantes.


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