4 (Mimi)
Desde
la pequeña cornisa natural donde se encontraba, podía divisar una vasta
extensión del territorio. Las áridas llanuras de Arylan formaban un inmenso mar
de polvo que abarcaba prácticamente toda la vista. Pequeñas zonas verdes
esparcidas aleatoriamente, crecían como islotes desafiantes a la sequedad y el
frío. El sol se encontraba en su punto más alto, bañando con su calidez dorada
la dura tierra. Haciéndola brillar con pequeños destellos, que le recordaban a un
manto de estrellas. Solamente bajo sus pies, en la falda de las montañas, las
sombras resistían la ola de luz. Ahí es donde se creó su pueblo, mucho tiempo
atrás. Era el único lugar que parecía conservar la vida a pesar de los grandes
cambios de temperatura que se producían, de la noche al día. Al amparo de los
vientos y con una tierra más blanda y fértil, nutrida por las aguas claras que
manaban de las rocas, se expandía la gran arboleda. Junto a ella, el pueblo de
Juncar, ahora convertido en un gran cementerio quemado, vivió pacíficamente
durante muchos años.
Habían pasado varias semanas desde que
contemplara en este mismo lugar, el arder de las tres grandes piras. Esa noche
no había podido conciliar el sueño, ahogada entre lágrimas de odio e impotencia
mientras veía horrorizada como se consumían los cadáveres amontonados.
Recordaba con toda claridad el olor que la invadió. Aquel olor que le revolvió el
estómago, a la vez que imaginaba como la carne se desprendía de los huesos como
cera caliente. A la mañana siguiente, los soldados recogieron el campamento y
formaron una gran columna que avanzó dirección norte. No los perdió de vista hasta que finalmente
desaparecieron más allá de la línea del horizonte. Los primeros días fueron los
peores. El dolor de su bajo vientre latía con fuerza extendiéndose por entre
sus muslos, adormeciéndolos. Tareas sencillas como caminar, se convertían en
grandes obstáculos. Con la ayuda de una rama de pino grueso a modo de cayado,
descendía el sinuoso camino de grava que la separaba de su pequeño refugio
entre las rocas y los huertos próximos al poblado, de donde sacaba su alimento.
No se atrevió a aventurarse entre las desoladas calles de ceniza y escombros
desde que salió de allí presa del pánico. Algo de ese lugar la atormentaba
tanto en sueños como a plena luz del sol y prefería no recordar. Por el momento
le bastaba recolectar unas verduras y volver a subir a la seguridad de la roca.
Ese día no se atrevió a
bajar. Aunque había ganado confianza y fuerza en las piernas y el dolor casi no
se hacía presente, todavía necesitaba el apoyo del bastón. Pero no era eso lo
que la preocupaba. Allí parada en el saliente, llevaba oteando en la distancia
durante largo rato, inmóvil. Hacia el norte, podía divisarse una cortina de
polvo que se desplazaba lentamente en su dirección.
<< Han vuelto >> -pensó.
Su corazón se aceleraba, al ritmo que
el chasquido de los látigos espoleaban los caballos. Una interminable caravana
de carros cruzaba la basta extensión escoltados por un grupo de soldados. El
estandarte azul con los dos pájaros besándose sobre un mar revuelto, ondeaba al
aire. El miedo la instó a guarecerse entre las pequeñas grutas que horadaban los picos. Para perderse entre
el sin fin de túneles que parecían extenderse como raíces, algunos de los
cuales se había atrevido a explorar, incluso habitar, durante las frías noches.
<< Si me meto en los túneles,
seguro que no me encuentran>>
Con toda la precaución que le permitía
su estado, se adentró por una de las grutas hasta que la oscuridad la engulló
por completo.
<< Aquí estaré a salvo, no me
volverán a coger. No me volverán a hacer eso >>
Apoyando la espalda contra la pared se
dejó caer al suelo para sentarse abrazando sus rodillas. Su agitada respiración
era el único sonido que se escuchaba a su alrededor. Las lágrimas brotaban de sus
ojos a raudales, descontroladas. Nerviosa, no paraba de observar el claro aro
de luz en que se había convertido la entrada, temiendo ver cualquier tipo de
sombra. Así permaneció en el más absoluto de los silencios durante varias
horas.
El retumbar del cuerno pareció hacer
vibrar las mismas entrañas de la roca. Por un momento le dio la sensación de
estar a campo abierto, rodeada por un montón de hombres sucios y carromatos.
Casi podía volver a saborear la sangre en su boca. No pudo soportar ese
terrible recuerdo que la invadía y en un acto cargado de desesperanza, corrió
presa del pánico hacia las profundidades. Entre golpes y tropiezos se
arrastraba como podía por los enmarañados túneles. Aunque sus ojos ya estaban
acostumbrados a la oscuridad, la visión era prácticamente nula. Solamente el
refulgir azulado de unos hongos, que crecían pegados a la humedad de la roca,
clareaba ligeramente la densidad de la noche que la cernía. La presura de su
huída la hizo tropezar entre las diversas estalagmitas que florecían desde el
suelo. Y sin saber exactamente como, acabó rodando por una pendiente. Las
vueltas sobre sí misma la mareaban a la vez que desgarraban sus ya raídas
prendas, entre los filosos salientes de la piedra. Un agudo chillido acompañó
su caída mientras su cuerpo se colaba por una abertura del terreno. Tres metros
más abajo, el ruido del impacto trató de emerger de entre el eco de sus ya
apagados gritos, cuando se quedó inconsciente.
Le costó levantar los pesados párpados al
recobrar por fin el sentido. Con un gesto meramente instintivo se llevó la mano
a la cara para frotarse la turbia vista y protegerla de la intensidad de la
luz. Le costó unos segundos recomponer los hechos que habían acontecido.
- ¿Dónde estoy? -Miró a su alrededor
confusa como esperando que alguien le respondiera.
El suelo negro y pulido en acorde con
los siete muros que la rodeaban formaba una amplia sala heptagonal. A su
espalda un pasillo se perdía en la oscuridad de la roca, mientras que justo
delante, una enorme losa circular se erigía imperturbable al paso de los años.
Toda la estancia se iluminaba con un reflejo brillante e imperecedero por la
potente fosforescencia que emitían las runas gravadas en esta. Tambaleante se
alzó a la vez que una delgada nube de tierra se proyectaba de su cuerpo,
mezclándose con el aire denso y cargado del ambiente.
Pasó la mano acariciando los relieves de las escrituras
allí plasmadas tratando de descifrar su significado. Aunque aprender a leer y
escribir formó parte de los deseos de sus padres, nunca se le había dado
demasiado bien. Fueron ellos los que instaron a Rounar a tener la paciencia
suficiente como para aguantar a los dos críos. Poseía un puesto de pertrechos
que solían visitar los escasos mercaderes que se aventuraban tan al sur, en
busca de un mejor precio. Aunque tenía pocos clientes, sus ventas eran siempre
copiosas dejándole bastante tiempo libre para instruirles.
Aun así, el texto estaba conformado de forma distinta
a la que conocía, dándole a entender que se trataba de otra lengua. Fue sólo al
reconocer uno de los gravados, cuando estuvo segura que pertenecía al
Setvel’kar, el idioma de los antiguos reyes.
<< Alástor… >> resonó en su interior.
Desde su niñez había escuchado las viejas historias de
los Alástor, pero todas se contradecían y se adaptaban a las bocas que las
pronunciasen. Hay quien afirmaba que no fueron más que excepcionales guerreros,
que acompañaron a los primeros señores en su llegada a los siete reinos. Otros
sin embargo, proclamaban que eran los dioses que trajeron los antiguos desde
más allá del confín del mundo. Incluso algunos aseguraban que se trataban de
los propios reyes y que poseían poderes sobrenaturales.
Pese a los maravillosos relatos, la sensación que la
invadía al contemplar la inmensidad de la losa, era fúnebre. Tenía la total
certeza que había encontrado una tumba, muy vieja, pero inservible.
<< Fueran lo que fueran, llevaban cientos de
años muertos. Estos tampoco me van a ayudar >>
Observó detenidamente la grieta que se situaba en el
techo, perdiendo toda esperanza de considerarla una salida válida. La abertura
se encontraba demasiado elevada y no disponía de ningún objeto a su alrededor
que le sirviera para auparse. La única opción que le quedaba era seguir el
estrecho corredor y suplicar que condujera de alguna forma al exterior.
Su mano acompasaba el musgo que cubría toda la
superficie de la pared del oscuro pasillo. Apoyándose en él para ayudarla a dar
un paso tras otro, a la vez que le servía de guía. De vez en cuando tenía que
pararse para apartar el sin fin de telarañas que cubrían el camino, mientras
los escalofríos la sacudían siempre que notaba alguna de las pequeñas arañas
recorriendo su cuerpo. El suelo era liso y sin obstáculos facilitándole un poco
el movimiento, pero aún así no podía permitirse el lujo de confiarse. Las
magulladuras y rascones de su reciente caída aún estaban demasiado frescas para
apremiarla a la cautela.
Después de un largo rato caminando en línea recta, el
pasillo hizo un quiebro hacia su derecha, para tropezar directamente con unos
peldaños que subían. Una brisa de ilusión hinchó su desinflado ánimo cuando a
medida que ascendía le parecía notar el aire menos cargado. El ruido de un
pequeño afluente crecía en las inmediaciones y una ligera claridad contorneaba
la entrada del piso superior.
<< La salida de uno de los manantiales >> -pensó
esperanzada.
Sin embargo, la estancia que la aguardaba al final de
la escalera no dejó en ningún momento brotar la alegría en su rostro. El
cubículo escavado directamente sobre roca viva, se extendía inquebrantable en
todas sus direcciones.
Paredes repletas de los mismos hongos luminosos que se había encontrado en los túneles, decoraban a la vez que alumbraban su interior. A su izquierda, los restos de lo que parecía un túnel, permanecía sepultado por una avalancha de rocas, haciéndolo totalmente inaccesible. Un pequeño torrente de agua surgía de una de las paredes laterales a modo de cascada, para perderse después formando un ligero río subterráneo. Si el terrible derrumbamiento que le imposibilitaba la huída soterraba también su moral, lo que la aguardaba en la parte derecha de la habitación, la hizo retroceder y caer sobre su trasero horrorizada.
Miles de raíces petrificadas, se enzarzaban en un
serpenteante baile para dar forma a un trono. Una estatua del color del ébano,
con el aspecto de un terrible oso apoyado sobre sus dos patas traseras, hacía a
la vez de respaldo. Sobre este, descansaba lo que en algún tiempo fuera un ser
humano. Los huesos ennegrecidos por los años, aún conservaban la pose señorial
con la que parecía vigilar la sala. El miedo y la desesperación se apoderaron
de ella convirtiéndola en un sollozante ovillo en el suelo.
Perdió la cuenta de las horas que pasó allí tendida.
Como posteriormente perdería la cuenta de los días entre el tenue resplandor
azulado. Se acostaba con las manos entumecidas y ensangrentadas después de
escarbar en los escombros, presa de una histeria irracional. Un sin fin de
pesadillas la abordaban cada vez que el sueño la invadía, despertándola sobresaltada
y cubierta de una fina capa de sudor. Bebía para saciar su sed del agua que la
tierra le proporcionaba. Pero con el pasar del tiempo, sus fuerzas fueron
mermando a causa de la hambruna.
- Mamá, papá, hermano…pronto me reuniré con vosotros –murmuraba
ante el insistente rugido de sus tripas -esto es el final, moriré aquí -las
lágrimas se escurrían por sus mejillas.
Había ahogado toda esperanza cuando su instinto tomó
el control de su organismo. Tal y como sucediera anteriormente en su escapada
de la devastación de Juncar. Y dando ya todo por perdido, se lanzó como último
recurso a engullir los iridiscentes hongos. El sabor a tierra húmeda en su boca
le pareció un autentico manjar. Con el incesante movimiento de mandíbula se
serenaron sus ansias y después de tragarse varias de las setas empezó a
encontrarse mejor. Una calidez suave se expandía desde su vientre hacia todas
las extremidades, reconfortándola.
<< Puedo sobrevivir, puedo salir de esta >>
se repetía a sí misma mientras devoraba dos más.
Por un momento sintió recobrar sus fuerzas con un
vigor ya hacía tiempo olvidado, motivándola a seguir la prospección de la
obstruida vía. La sangre que brotaba de sus destrozadas uñas al arrancar cada
pedazo nuevo de tierra ya no demoraba su avance. El dolor de las magulladuras y
cortes se perdía en su mente como un vago recuerdo, a la vez que su cuerpo se calentaba con el creciente fuego de
su interior. Se vio a sí misma riéndose a carcajadas con cada piedra que sacaba
de su sitio, sin ningún tipo de temor o respeto por el problema que la
acontecía.
Tras varias horas de infatigable esfuerzo empezó a
sentirse mal. La vista se le turbaba a medida que las paredes giraban entorno a
ella, envolviéndola con un descontrolado remolino que la obligó a vomitar
varias veces. Su cuerpo se humedeció en un sudor frío blancuzco, denso como la
melaza e igualmente pegajoso. El agradable calor que hubiera sentido en su
estómago, se tornó en un dolor punzante y agudo que la hizo doblarse sobre sus
rodillas hasta caer al suelo. Se convirtió en poco más que un amasijo de carne
temblorosa incapaz de moverse.
- Dioses de la naturaleza, por favor ayudarme
–suplicaba rompiendo en llanto. – Praeror, Eada, Toulmen…. apiadaos de mí…
Entre los charcos formados por su propio vómito quedó
totalmente dormida, pasado un interminable rato de angustia. Hasta que la voz
suave y siseante la despertó.
- Levántate… sisisisi… Mimi… sisisisi.
Se incorporó despacio, sin estar realmente segura de
dónde procedía el llamamiento. El aire denso y húmedo parecía ondular a su
alrededor, turbándole la vista. Cada bocanada de aire que inspiraba, venía
cargado con el sabor rancio de la propia muerte.
- ¿Qui…quién eres?… ¿Quién me llama? -consiguió
pronunciar.
- Acércate… sisisisi.
El sonido parecía proceder de todas y ninguna parte a
la vez, acechándola desde cualquier rincón oscuro o emergiendo de la misma
roca.
- Seas quien seas, ¡muéstrate!- gritó armándose de
valor.
- Entre estas paredes moro… sisisisi. Mucho tiempo
hace que reposo… sisisisi. Abre los ojos para verme… sisisisi. No me voy a
mover de mi trono… sisisisi.
Se volvió rápidamente hacia el enraizado trono, donde
los antiguos huesos aún descansaban.
<< No, no puede ser verdad >>se dijo
mientras se acercaba vacilante.
- Sí, así es Mimi… sisisisi. Ven, acércate… sisisisi –proclamó
la voz como si hubiese escuchado sus pensamientos.
Lentamente se aproximó a los restos. Nerviosa, notaba cómo las gotas de
sudor bañaban su rostro y su espalda, pese a no tener el más atisbo de miedo.
Extrañamente disfrutaba de una paz interior contradictoriamente satisfactoria.
- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre? –se plantó justo
delante, observando con curiosidad las cuencas vacías de los ojos. Esperando
quizás, cualquier indicio de vida.
- Lo sé todo sobre ti, Mimi…sisisisi. Todo lo que
sabes o crees saber… sisisisi. Yo soy el todo y la nada. El usurpador, el final
del camino, el hombre tuerto… sisisisi. Habito en tu interior, paciente, a la
espera que tu tiempo sea mío… sisisisi.
- Pero yo no estoy muerta aún ¿o si? –bajó la vista
contemplando sus manos, su raquítico cuerpo azotado por el hambre, los diversos
golpes y rasguños que decoraban su piel allí por donde las sucias y desgarradas
prendas la mostraban. - ¿Estoy muerta? –Por un momento le sobrevino una
terrible amargura al sopesar la respuesta.
- En cierto modo… sisisisi, todo cuanto eras o tenías,
todo cuanto creías, a muerto… sisisisi. Estas sola, nada ni nadie de este mundo
va a ayudarte y si no haces algo pronto, tus huesos decorarán junto los míos
esta sala… sisisisi.
- ¡No puedo salir, el pasillo está tapiado! –se quejó
– lo estoy intentando pero hay demasiada tierra.
- En efecto, jamás conseguirás abrirte paso… sisisisi,
si fueras un pez, seguramente podrías seguir el río… sisisisi.
- ¡El río! –Se apresuró a acercarse a la pequeña
cascada para inspeccionar la abertura que engullía el líquido.
La cavidad por donde se perdía el agua no abarcaba
demasiado y tampoco garantizaba que fuese a ser una salida. Arrastrándose sería
capaz de entrar por el hueco y aunque cabía la posibilidad que se transformara
en una trampa mortal, era la única opción que le quedaba. Cuando se volvió
hacia el cadáver para agradecerle la idea, ya no percibía su presencia. Su
vista recuperaba al igual que el aire total normalidad, sin poder evitar preguntarse
si había sido fruto de su imaginación.
Cautelosamente, se introdujo por el agujero que hendía
la corriente. Reptaba como una serpiente entre la roca con serios problemas para
mantener su cabeza erguida por encima del riachuelo, que prácticamente llenaba
toda la pequeña obertura. Perdió totalmente la visión aplacada por el manto de
oscuridad que la envolvía, afinando con su ausencia sus otros sentidos. La
dificultad del movimiento venía acompasada por la gran humedad del ambiente en
cada bocanada de aire que tragaba. Por lo menos no debía preocuparse
explícitamente de las rozaduras, gracias al blando musgo que crecía por las
paredes y las suaves piedras, fruto de la continuada erosión.
<<Como un pez… >>se repetía una y otra vez
sin dejar de avanzar.
Sabía que cada costoso centímetro que ganaba era una
victoria frente a la muerte y aunque seguramente la seguía de cerca, expectante
y paciente, tenía la intención de hacerla esperar un poco más. Con total
determinación recorría el estrecho conducto en el devenir de las horas, ciega a
ninguna otra posibilidad que la mera supervivencia. Su cuerpo se adaptaba a
cada tramo del camino, retorciéndose sinuosamente entre sus quiebros y
descensos, obligándola en ocasiones a contener el aliento. Tenía su piel
reblandecida y arrugada cuando llegó al final del túnel. Un muro de barro
cortaba su avance bloqueando gran parte de la cueva. Sin embargo, podía
escuchar la caída del agua al otro lado.
<<He llegado, lo he conseguido… >> Sus
manos se lanzaron directas a la húmeda tierra, escarbando presurosas. Arrancando
la fría pasta a puñados mientras ésta se deshacía, resbalando por sus brazos
hasta perderse en la corriente. Poco a poco fue abriendo brecha en la pared lo
suficiente para introducir su cuerpo. Como si fuera la hija de la propia
montaña, brotó de la tierra cual parto, resbalando desde sus entrañas hacia el
exterior. Una densa capa de nubes cubría el cielo oscureciendo aún más la
noche, alumbrada únicamente por los súbitos destellos de los arcos eléctricos
que saltaban de una a otra.
La espesa cortina de lluvia la azotaba impulsada por el fuerte viento
de poniente. Cayó de la abertura que se situaba a escasa distancia del suelo
entre los restos del afluente que bañaba la zona y sin poder contenerse, gritó
de alegría, rabia, dolor y frustración a la vez que se incorporaba para alzar
su puño en alto.<< >>
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