Participa

¿Quieres participar en el blog? Nosotros sabemos que tienes mucho que contar, ¡ mándanos tus historias a rexboira@gmail.com y las publicaremos! ¡Anímate !

Mimi 5


5






- Entonces, Krugar el Negro saltó ágilmente hacia un lado, apartándose de la terrible llamarada que manaba de las fauces de la última cabeza. Rodó sobre sí mismo al caer al suelo para levantarse otra vez desafiando a la bestia. Sus manos se aferraron con fuerza a la empuñadura de su espada mientras intercambiaba una fija mirada con su atacante, y la gigantesca dragona gruñó guturalmente.- Sus manos acompasaban sus palabras a la vez que su grave voz cortaba el silencio de la posada.
Pese a la multitud de gente que se había congregado esa noche en el “Lobo Hambriento”, el único sonido que se percibía eran las exclamaciones de sorpresa o alegría que inducía su narración. Todos le escuchaban.
- Lanzó una terrible dentellada al cuerpo del guerrero pero éste se desplazó ligeramente hacia su derecha dejando pasar el ataque a escasos palmos de él, y con un suave giro de cintura volteó para encarar el cuello desprotegido alzando la espada sobre su cabeza. El tiempo se detuvo unos instantes; el acero de “Drenadora” se envolvió en una luz negra que desprendía pequeñas vetas violáceas en todas direcciones, y bajó contundente seccionando de un solo golpe escamas, carne y hueso.
Varios segundos pasaron desde que terminara de hablar, hasta que el primero de los parroquianos saliera de su estupor y comenzara a aplaudir. En seguida el ambiente se llenó en un jolgorio de risas y cumplidos.
- Si las buenas gentes de Ártega, permiten que este humilde siervo del pueblo humedezca su paladar, llene su estómago y por que no, encuentre quién le caliente la cama… -Se inclinó cortésmente quitándose el sombrero, ofreciéndolo al bullicio junto con su mejor sonrisa. Varias monedas de cobre y alguna que otra de plata, volaron a su interior.
Desde que llegara hace ya tres días al mesón, la clientela había aumentado considerablemente. El rumor de sus historias se expandía como la peste en las bocas de los lugareños. Cada amanecer traía consigo nuevos oídos, no solamente viajeros, como cabría esperar de una posada situada tan a las afueras de la ciudad, si no que los propios habitantes venían a escucharle mientras gastaban sus jornales en alcohol. Tan contento se puso Tuko el posadero, que le ofreció comida y alojamiento por sus actuaciones.
- Muchas gracias, caballeros –dijo guardándose las ganancias en su saquito de cuero a la vez que volvía a reverenciar a la concurrencia.
Al poco, la taberna se inundó de su típico alboroto entre voces, risas e improvisadas canciones dejando su presencia en un segundo plano.
- Supongo que tendrá mucha sed, maese Pyergar –le decía la muchachita tendiéndole una jarra de cerveza- no puede dejar que se le seque esa preciosa voz.
- Gracias mi querida Xeli- dio un profundo trago inspeccionando a la moza. La hija de Tuko tendría unas diecisiete primaveras, un cuerpo esbelto que nacía en unas piernas largas y suaves acabadas con un trasero prieto, y unos más que apetecibles pechos, duros como pomelos. No habría necesitado la cerveza para humedecerle la boca, su deseo ya le hacía salivar siempre que la veía.
<< Tiene que ser mía… otra vez. >>
- Hoy estoy algo cansado, ¿porqué no me subes la cena a mi cuarto?- dijo acariciándole el brazo.
La doncella le clavó una mirada traviesa a la vez que se sonrojaba. Desvió un momento la vista para contemplar a su padre, que seguía concentrado en la multitud aglomerada en la barra.
- Como desee mi señor –contestó casi en un susurro.
Tardó unos minutos en poder abandonar la sala. Cada paso que daba en dirección a la escalera, tenía como peaje algún estrechar de manos con su correspondiente conversación banal.
<< Hay que tener contento al pueblo, ellos me dan de comer. >> Con un suspiro de resignación trató con todos y cada uno de esos desconocidos que pretendían ser sus amigos.
Subió los peldaños que lo separaban del piso superior, donde se encontraba su pequeña habitación. Al final del pasillo, justo a la derecha de la amplia sala común y protegida por una puerta de roble macizo cuya única llave colgaba de su cuello. Allí se encontraban sus pertenencias, su vida y la fuente de su inspiración.
- Tito, soy yo – pronunció a la vez que abría la puerta.
Un zagal de unos ocho años de edad, mantenía una postura firme delante de la entrada, sosteniendo de forma amenazadora un cayado entre sus manos. Sus ojos miraban atentamente cualquier movimiento, atravesando los alborotados mechones de cabello azabache que le caían por la frente. El color gris y apagado de sus vestimentas de lana contrastaba bruscamente con el llamativo atuendo del bardo.
- Vete a cenar y repite postre que espero visita – con el pulgar lanzó una moneda de plata a las manos del chico que, sin mediar palabra alguna, salió corriendo escaleras abajo.
Siempre le sobrevenía la tristeza cuando observaba al muchacho. Tito, así lo había llamado cuando lo encontró entre las cenizas de un extinto pueblo. Arrasado como consecuencia de la guerra que el Pacificador mantuvo en el reino de Kharonia. Era uno de los muchos huérfanos que parió la batalla y aunque conservó la vida, perdió parte de su lengua, y con ello, la facultad de hablar.
Se sirvió una copa del vino que siempre aguardaba en su cuarto, regalo de la casa. Y con el primer sorbo, consiguió apartar sus melancólicos pensamientos. Esa noche tenía el tipo de función que más le gustaba y no podía defraudar a su público. Tranquilamente se desvistió entre trago y trago, quedando totalmente desnudo frente al espejo vestidor. Su reflejo mostraba a un hombre que rondaba la cuarentena de edad, de cuerpo cuidado y ágil. Unas cicatrices decoraban su piel repartidas en su mayoría por el torso y al soltar el nudo que amarraba la coleta, el largo cabello encanado cayó como unas cortinas a ambos lados de su esbelta cara.
<< ¿Quién se puede resistir a esto? >>pensó con total confianza.
Dos golpes secos en la madera de la puerta le sacaron de su ensimismamiento.
- Adelante, por favor –dijo mientras se cubría con una bata de fina seda plateada.
Xeli entró cargada con una bandeja metálica, repleta de comida y una botella de vino, inclinándose en una pequeña reverencia al verlo.
- Mi señor, le traigo la cena cómo ordenasteis –aunque los ojos de la muchacha evitaban el cruce de miradas, sus labios esbozaban una bonita sonrisa- tomadla mientras esté caliente.
- Deja esa bandeja y tráete el vino –con un suave gesto de la mano, acompasó el movimiento de la puerta hasta cerrarse –sabes perfectamente cual es mi apetito.
La muchacha hizo exactamente aquello que le indicó y fue a reunirse con él, que ya se había recostado en el lecho de paja. Se sentó delicadamente a su lado sirviendo el vino en las dos copas que reposaban en la pequeña mesa de madera junto a la cama.
- Hoy tengo una sorpresa para ti – le susurró a la joven a la vez que buscaba algo entre los almohadones.
Xeli abrió los ojos sorprendida al ver el frasco que el bardo sostenía, balanceándolo con dos dedos delante de su cara. En el interior, el polvo rojo brillaba como las brasas de una hoguera.
- ¿Eso es… ?
- Fircah, o Cenizas de Dragón, sí –espolvoreó un poco sobre las bebidas- calentará nuestros corazones.
- Mi señor, no sé si yo debería…
Haciendo caso omiso de sus palabras, agarró una de las copas entrechocándola con la de ella a modo de brindis.
- Por el amor más dulce y tierno que jamás hubiera soñado encontrar.
Ambos bebieron vaciando sus respectivos vasos de un largo trago.
El efecto de la potente mezcla no se hizo esperar demasiado y al poco rato, ya notaba el suave calor que se expandía desde el interior de su cuerpo. Acostumbrado desde hacía tiempo al consumo de diversas pociones, logró mantener la compostura, pero éste no era el caso de Xeli. La hija del posadero se movía nerviosa, cambiando las piernas de un lado a otro. El rubor había invadido sus mejillas y su pecho aperlado por el sudor, subía y bajaba presa de la excitación. Bastó el simple roce de sus labios sobre su cuello, para que ésta se le abrazara apasionadamente entre suspiros y acabaran tumbados en la cama.
- Dime preciosa, ¿qué es lo que más te gusta de mí? –sus besos se repartían calurosamente desde el hombro hasta la boca.
- Humm… mi señor, sin duda vuestra portentosa lengua.
Pyergar sonrió maliciosamente con el comentario de la muchacha, mientras su lengua recorría la piel buscando el calor que manaban sus pechos. Un suave tirón bastó para bajar el escote, mostrando esos rosados pezones, duros como su entrepierna. Pasó un tiempo saboreándolos, lamiéndolos, apretándolos entre sus labios con el consentimiento de sus gemidos. Siguió bajando más la cabeza hasta la altura de su bajo vientre, y sus manos se apresuraron a desvestir su intimidad. Metió la cara entre sus piernas abriendo el sexo de la joven con la humedad de su lengua, saboreándola de arriba a abajo, empujándola hacia su interior. El cuerpo de Xeli se movía compulsivamente, sudoroso, jadeante y sobre todo muy caliente. Sus manos se aferraron a la cabeza del bardo, como instándole a apretar mas su boca contra ella.
- Tomadme… -suplicó- tomadme, por favor…
Como un muñeco la manejó, girándola sobre sí misma, y colocándola con el trasero en alto, la penetró. Su mano izquierda se aferró a la larga cabellera de la muchacha mientras la derecha palmeaba sus nalgas al ritmo de las embestidas. La habitación se inundó con el aroma de sus cuerpos y los placenteros gritos de la joven, hasta que derramó su caliente semilla en su interior. El tiempo se detuvo unos instantes, en el que ninguno de los dos se atrevió a moverse, para acabar abrazados sobre el lecho. Esa noche repetirían el proceso dos veces mas.
La luz que se colaba por los postigos de las ventanas, proclamaban el nacimiento de un nuevo día. Perezosamente se revolvió entre las gruesas mantas, tratando de recomponer el rompecabezas que imperaba en su mente.
- ¿Xeli? –oteó su alrededor en busca de la doncella- ¿Tito?- La estancia permanecía en silencio.-<<¿Tanto he dormido?>>
No era la primera vez que se levantaba a últimas horas de la mañana, en especial después de una juerga nocturna. Pero el muchacho siempre lo velaba en silencio, como un perro a su amo.
<< Maldito crío, seguro que me ha vendido por un poco de pan y un trozo de queso>> -De mala gana se enfundó los pantalones raídos que usaba para viajar, así como el ya amarillento jubón blanco que componía el atuendo. Terminaba de trabarse las botas cuando la puerta se abrió estrepitosamente y apareció el zagal como una exhalación.
- ¿Esa es toda la educación que te he enseñado? –Lo miró ofendido de arriba abajo.- Sabes que tienes que llamar antes de entrar, podría estar aún dormido.
El joven le respondió con un grotesco bramido a la vez que tiraba de la manga de su blusa señalando la ventana. Rápidamente se incorporó para ver que sucedía; Tuko, el posadero, hablaba fervorosamente con dos guardias en la calle. Los dos hombres trataban de calmarlo, mientras su hija lloraba desconsolada a su lado. Diversos moratones se extendían por su rostro como evidencia de la paliza que había recibido.
- Esto es malo, Tito. Muy malo. Vete cargando la mula que nos vamos. Empieza por los frascos, no nos conviene que nos encuentren con eso encima.
El muchacho agarró presuroso el pequeño cofrecillo donde guardaba su señor las pociones y salió corriendo.
<< Espero que nos dé tiempo>>- comenzó a recoger sus pertenencias más indispensables.
Sabía cual era el precio que pagaban aquellos que dedicaban su vida, a la brujería. Y no le apetecía volver a experimentar esa dolorosa presión en el cuello, cuando se tensaba la cuerda. Aquella vez tuvo la suficiente suerte como para salir airoso, pero sería realmente estúpido volver a tentar al destino.
<< Seguro que ha hablado, esa maldita zorra les ha contado lo del Fircah >>
Al poco volvió a aparecer Tito por la puerta, dándole un susto que le aceleró el corazón. El resto del equipaje ya estaba empaquetado y listo para cargarlo, cuando escuchó el vocerío de la conversación, abajo en el salón. Según lo que pudo discernir entre los gritos del posadero, la joven excusaba su ligereza de faldas con los engaños y brebajes que él había vertido en su copa.
<< Así que además de hechicero me acusarán de violación >>
- Tito, coge los sacos y llévalos al establo. Nos reuniremos allí –le encomendó con la certeza de ser una tarea imposible- pase lo que pase, no te preocupes. Volveré a por ti.
El pequeño se le abrazó a las piernas a modo de despedida. Sus ojos se acristalaron con unas lágrimas que no consiguieron brotar. La vida lo había convertido a base de golpes, en un hombre. Privándolo del privilegio de la propia infancia. Aferró entre sus manos los fardos y marchó sin volver la vista atrás, dejando a sus espaldas el sonido de la puerta al cerrarse.
El joven bajaba a duras penas las escaleras cargado tal y como iba. Los sacos tropezaban de un lado a otro estorbando su movimiento. A mitad del descenso, se encontró a los dos guardias que subían seguidos de cerca por Tuko. Éste no paraba de farfullar y maldecir sin que nadie pareciera hacerle mucho caso.
- ¡Alto ahí mocoso! –le ordenó uno de los hombres al verlo.-¿Dónde está tu señor?
El niño se quedó totalmente inmóvil, mirando desafiante sus rostros. Su lengua mutilada le impedía hablar, pero su lealtad no le habría dejado aunque pudiera. Así que se limitó a mantener la posición tratando de ganar algo de tiempo.
Poco fue en realidad, porque los soldados parecieron leer sus intenciones. Con severos empujones lo hicieron apartarse hacia un lado, dejando caer todos los fardos al suelo. Cuando llegaron al grueso portón trataron de abrir en vano la habitación del bardo, pero éste ya la había cerrado a conciencia.
- ¿Tienes la llave?- le preguntaron al posadero.
-Lo…lo siento, pero la única llave la tiene él -respondió avergonzado.
- Tendremos que derribarla…
 Pasaron largo rato golpeando la maciza madera entre cargas de hombro y patadas, hasta que la cerradura cedió. El centellear del acero decoró el aire de la estancia en un sin fin de reflejos, en manos de los dos guardias. La cama estaba revuelta, varias botellas de vino vacías se esparcían sobre una pequeña mesa de madera y por todo el suelo podían verse los restos de un equipaje hecho a toda prisa. Pero Pyergar, el bardo, no se encontraba allí. Solo pudieron imaginarse a un hombre de unos cuarenta años descolgándose desde el alféizar de la ventana, superando una caída de más de tres metros, para escapar junto con una vieja mula de carga evitando ser visto.
La tenue luz anaranjada cubría los pastos que bordeaban el camino. El sol empezaba su lento descenso, dejando paso a la creciente sombra que amenazaba desde el oeste. Un viejo sendero que brotaba desde la vía principal entre Ártega y Puente de Piedra, se perdía entre los arbustos y matorrales, ofreciéndole discreción a su viaje. Las sombras que proyectaban el hombre y su perezoso animal de carga, eran su única compañía.
<< Seguro que lo cuelgan, es lo que hacen con los hechiceros>>- No podía dejar de pensar en el zagal que fuera su ayudante.-<< He tenido que hacerlo, si no, sería mi cuerpo el que se balancease como un jamón. Y huérfanos hay muchos, pero conseguir una mercancía como la mía es complicado>>
Estaba bien entrada la noche, cuando decidió buscarse un sitio apartado para descansar. Sabía que no podría encender una hoguera, pues aunque había elegido cuidadosamente su vía de escape, no se encontraba exento de peligro. De todas formas, no tenía nada que cocinar y aunque así fuera, carecía de apetito alguno.
         - Necesitamos más cuentos para vender –le dijo a la mula mientras tironeaba de ella hacia la pequeña arboleda que serviría de campamento.- Me gusta disponer de un amplio repertorio.- La mula soltó un bufido como si hubiese entendido sus palabras.
         Tras cerciorarse de la seguridad que ofrecía el lugar, ató las riendas del animal a uno de los árboles.
         - Vigila tu, que yo me voy a dormir y ya no está Tito con nosotros.
         Con sumo cuidado, descargó el cofre que contenía su fuente de inspiración a la vez que la razón de su huída. Y acomodándose en el suelo, bajo el grueso follaje del pino que le amparaba, sacó uno de los recipientes de su interior. La suave luz azulada que emitía se esparció por la zona como una ola devorando la playa, en el tiempo que transcurrió a su ingesta.
         << Sólo falta esperar, y otro gran éxito>>- se recostó aguardando que el sueño le abordara. El “Manto Azul” haría el resto.
         Empezaba a notar la pesadez en sus párpados cuando notó el tirón en el pecho. Los ligeros pinchazos saltaban por su carne, levantando un bulto en la ropa que se movía lentamente hacia su cuello.
         - Sílice, puedes salir. Estamos solos.
         La pequeña araña metálica asomó de entre las telas que lo cubrían. Ocho delgadas patas, afiladas como agujas, sostenían en vilo al compañero mecánico. Sus minúsculos ojos rojos se esparcían por encima de unas potentes tenazas, que le hacían la vez de boca.
         -Llegas justo a tiempo, voy a entrar en el sueño –su voz parecía un susurro lejano apagándose lentamente, mientras cuerpo y mente se perdían entre las profundidades del abismo. Al día siguiente despertaría con una nueva historia en su memoria, lista para presentarla ante los habitantes del siguiente pueblo.


 << 



No hay comentarios:

Publicar un comentario